Tras décadas de debate acerca del cuidado de nuestra columna vertebral, uno de los mensajes que mayor impacto positivo han logrado en los últimos tiempos en el ámbito de la salud hace referencia a que “la mejor posición es la siguiente”. Esta clara alusión a la principal herramienta de la que disponemos los seres humanos, es decir, al movimiento, puede proyectarse también hacia los aspectos normativos de la actividad física y del deporte.

Cuando la filósofa española Victoria Camps, en su elogio de la duda, afirma que nos atraen más las respuestas que las preguntas, de algún modo sus palabras nos recuerdan que tenemos tendencia a querer conocer rápidamente el final de la película, que los inicios nos inquietan.

Sin embargo, nuestro ordenamiento jurídico no aporta una solución definitiva a todo lo que nos acontece en la vida. En este sentido, los procesos legislativos, deberían convertirse en un elemento más deseable que temible, en algo vivo, con uno o varios orígenes y evoluciones, que no nos invitasen a lanzar las campanas al vuelo, pero tampoco a tirar la toalla por completo.

Así pues, las reglas de juego pueden cambiar y de hecho lo hemos vivido con la distancia de la línea de tres puntos a la canasta en baloncesto, la presencia del VAR en el fútbol, o la puntuación en las proyecciones durante un combate de judo. Se trata, por tanto, de repensar los comportamientos y las formas de convivencia, asumiendo que si hay mucho camino recorrido siempre quedarán cosas por hacer, ya que lo existente no agota lo posible.

La prudencia y la búsqueda del término medio no han de confundirse con un arriesgado dontancredismo, que puede ser una estrategia lícita o adecuada en ocasiones puntuales, pero poco recomendable como modus operandi habitual en nuestro sector. La necesidad de participar en el desarrollo de las normas, de intervenir en aquello que nos afecta profesionalmente, es una responsabilidad personal y colectiva que hemos de abordar sin descanso.

Ante la actual moda del simple y frio “like”, cuando algo no nos gusta o no nos convence, pueden y deben aparecer el esfuerzo por mejorar, la constancia y la resiliencia como valores fundamentales del deporte, haciendo que desechemos la posibilidad de acomodarnos, de ser meros espectadores que asisten pasivos a lo que ocurre en nuestro entorno. De igual forma, al observar los beneficios de ciertas iniciativas, tal vez sea buen momento para cuestionarnos nuestra aportación a las mismas.

Ninguna ley es perfecta. Es un iceberg que esconde más de lo que muestra. No se trata de una cuestión exclusiva de expertos, sino que nos interpela y desafía nuestra curiosidad. Si parece más difícil hablar a favor de los pactos que en contra, también es cierto que pocos contratos son vitalicios. En cualquier caso, distando mucho de ser simples depósitos con un funcionamiento mecánico o automático, si queremos que sean aceptados y respetados, han de ser convenidos y convenientes.

Dado que el derecho no puede regular todo, sus vacíos pueden considerarse como oportunidades para imaginar, invitaciones y retos para suscitar nuevas sinergias, construir sentidos y regenerar el mundo común. El hecho de estar más o menos tiempo en un lugar no nos obliga a quedarnos eternamente en él. Por tanto, merece la pena correr el riesgo de equivocarnos, ser coautores y colaborar en mover el árbol, y no simplemente esperar a que caigan sus frutos.

Hay quien piensa que el guion de los acontecimientos ya está escrito, que tenemos un destino del que no podemos escapar. Sin embargo, ¿quién nos dice que un “fatídico final” no sea el comienzo de algo nuevo y probablemente mucho mejor? ¿Cuántas veces hemos contemplado casos de deportistas como Carolina Marín, Alex Abrines o Jorge Lorenzo recuperarse y volver todavía más fuertes de periodos poco agradables?

Estos ejemplos nos sirven para comprobar cómo las personas y las leyes no somos eternas, tenemos margen de superación. Para ello, se necesitan trabajo y actuaciones “con”, no “sobre”, si deseamos obtener confianza. Acelerar y también desacelerar, mirar por el retrovisor, hacia los lados, al frente, en diagonal, arriba y abajo, sin olvidar perspectivas.

Concluir que una norma es buena o mala sin más, es caer en un ejercicio de dualismo tosco, que no favorece su examen sosegado. Como instrumento útil (o no), habrá que contemplar para quién lo es y en qué aspectos beneficia o perjudica a los afectados. Por tanto, consiste en un puzle que pudiera resultar preventivo, paliativo, inocuo, etc.

Mientras que otro filósofo, en este caso el turco Cornelius Castoriadis, nos propone que se necesita movimiento para que lo creado se ilumine de otro modo, podemos plantearnos quién tiene el privilegio de orientar el foco. O quizá existan varias bombillas.

Mientras tanto, ni está todo ganado, ni perdido. ¿Alguien ha escuchado la campana?

José Luís Gómez Calvo

José Luis Gómez Calvo

Experto en seguridad en el ámbito deportivo.

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