Siempre se debe prestar especial atención a las funciones de las líneas de suministro. Para tal, es necesario poseer un claro conocimiento de la maquinaria metabólica. En los humanos, el problema de suministro fue resuelto gracias a un sistema en el que el oxígeno y los combustibles son transportados mediante una red de tubos cerrados (vasos sanguíneos) hacia los tejidos del cuerpo.
Napoleón (1769-1821), el comandante militar y líder político francés, afirmaba que “un ejército se mueve sobre su estómago.” Siendo más realistas, su ejército se movía gracias al esfuerzo combinado de cuatro elementos clave: 1.- el oxígeno (O2); 2.- los combustibles; 3.- los pulmones; y 4.- el corazón. Así como el ejército de Napoleón dependía de la acción e integridad de sus líneas de suministro militar, los músculos del cuerpo también dependen del suministro de oxígeno y combustibles.
El oxígeno es soluble en agua, pero de forma muy limitada; aproximadamente 2,0 ml por litro a temperatura corporal. Gracias a la hemoglobina (Hb), este valor incrementa cien veces mas. Toda la hemoglobina corporal está contenida en los glóbulos rojos o eritrocitos.
Es vital para un atleta que la mayor cantidad de hemoglobina se cargue de oxígeno a medida que la sangre pasa por el corazón y los pulmones, y que se descargue a medida que pasa por los músculos. Esto sucede automáticamente; la carga ocurre cuando la concentración de oxígeno libre es alta y la descarga cuando es baja.
Considerablemente más oxígeno podría transportarse en sangre si esta tuviese más eritrocitos. Sabiendo lo importante que es el transporte de oxígeno para el trabajo múscular podríamos suponer que el número de eritrocitos aumentase. Pero, en realidad, no aumenta.
Si el hematocrito se elevase por encima del valor normal (± 45%), la viscosidad de la sangre también se elevaría, haciendo que el corazón trabaje más en reposo como durante el ejercicio. El volumen total de sangre se eleva, lo que eleva el número de eritrocitos sin elevar el hematocrito.
La sangre no transporta oxígeno y elimina dióxido de carbono (CO2) de los tejidos. El dióxido de carbono es más soluble en agua que el oxígeno, pero no lo suficiente para eliminarlo rápidamente de los tejidos. Esta vez la respuesta al problema metabólico es distinta. El dióxido de carbono se convierte en otro compuesto más soluble en agua. El dióxido de carbono reacciona con el agua para formar, primero, ácido carbónico (CO3H2), y luego iones de carbonato de hidrógeno (CO3H), que son muy solubles en agua.
En los pulmones estas reacciones ocurren en sentido inverso. Los iones de carbonato de hidrógeno se convierten en dióxido de carbono para difundirse en el aire pulmonar y ser exhalados al exterior. La formación de iones de carbonato de hidrógeno es muy ventajosa ya que se acompaña de una producción de protones (H+) que se unen a la hemoglobina y debilitan la unión entre ésta y el oxígeno.
A medida que el músculo trabaja más producirá más dióxido de carbono y, por lo tanto, también más protones (H+). Automáticamente se libera más oxígeno de la hemoglobina para ser utilizado por el músculo. Durante su permanencia en los pulmones, el contenido de oxígeno del aire atmosférico cae del 21 % al 14,5 %, mientras que el de dióxido de carbono aumenta desde ± 0% al 5,5 %.
Es comprensible que el corazón atraiga nuestra atención ya que, si se detiene, nosotros también nos detenemos. El corazón representa una especie de saco muscular provisto de válvulas para que la sangre entre por un extremo y eventualmente sea expulsada por el otro.
Consiste de un par de bombas musculares íntimamente adosadas. El ser humano posee un sistema circulatorio cerrado donde la sangre sale del corazón mediante las arterias hacia los tejidos, donde es distribuida por vía capilar, para luego regresar al corazón mediante las venas.
Los diversos efectos adaptativos del entrenamiento sobre los sistemas cardiovascular y muscular no se producen rápidamente y de la noche a la mañana. Se necesita mucho tiempo para lograr las adaptaciones metabólicas adecuadas, así como en el sentido adecuado, de cara al rendimiento deportivo.
En última instancia, todos los cambios y adaptaciones anteriormente mencionados han evolucionado en el tiempo para mantener la concentración de ATP (adenosín trifosfato) en las distintas fibras musculares y, por lo tanto, permitir el enorme aumento de consumo de energía que todos los días logran los atletas durante sus exigentes y bien periodizadas sesiones de entrenamiento.
El núcleo central de todo programa de entrenamiento consiste repetir la actividad de forma regular, planificándola no solo para perfeccionar la ejecución de la técnica, sino también para potenciar los sistemas y procesos metabólicos que limitan el almacenamiento y la liberación de energía. Sólo mediante la aplicación de cargas progresivas metabólicamente estresantes nos es posible mejorar el rendimiento deportivo.
Guillermo Laich
Doctor en medicina y cirugía