El cannabis es el nombre genérico de la planta “Cannabis Sedativa” cuyo ingrediente activo es el delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), también conocida como marihuana. Posee gran cantidad de alcaloides con efectos psicoactivos, principalmente el THC, del que derivan más de ochenta metabolitos, algunos de ellos con efectos sobre el sistema nervioso central.
El uso prolongado de cannabis causa una disminución del volumen del hipocampo (12%) y de la amígdala (7%), disminuye la capacidad del aprendizaje y retención de datos, y conduce a la psicosis inducida por cannabis (PIC). El uso regular por niños y adolescentes no representa una actividad benigna.
Los trastornos por consumo de alcohol, opioides, y cannabis representan serios riesgos para los adolescentes. Si bien nadie fallece por una sobredosis de cannabis, como suele ocurrir con los opiáceos, el cannabis es peligroso. El THC es tóxico para el cerebro adolescente ya que hasta los 25 años este no se desarrolla completamente, pudiendo conducir a una mayor susceptibilidad a enfermedades mentales.
A pesar de esta evidencia, estamos viendo un aumento en el consumo de cannabis en adolescentes y niños de solo 7 años de edad. Existen plantas de cannabis que enriquecen el THC y disminuyen el cannabidiol (CBD).
Un examen del desarrollo del cerebro adolescente explica cómo el THC puede causar efectos negativos a corto y largo plazo. En la infancia, las neuronas son dispares y desconectadas, pero comienzan a conectarse y a formar sinapsis muy de prisa, creando 2 millones de sinapsis cada segundo hasta llegar a los 2 años de edad.
En ese momento, sobreviene el proceso de poda para que la mitad de los cien billones de sinapsis formadas desaparezcan. Un segundo período de sobreproducción de sinapsis ocurre durante la pubertad, y la poda continúa unos adicionales 10 años.
La poda permite al cerebro eliminar las sinapsis que ya no se utilizan, proporcionando espacio para una mayor sinaptogénesis y maximizando la eficiencia de los circuitos cerebrales en desarrollo.
Durante la pubertad, este aumento de la sinaptogénesis se produce en la corteza prefrontal, que controla la atención, la impulsividad, la regulación emocional, y el reconocimiento de las posibles consecuencias acciones y comportamientos. A esto le sigue una nueva poda hasta alcanzar la plena maduración a los 25 años.
Si algo impide este proceso en la niñez o la adolescencia, las conexiones podrían interrumpirse para siempre. En tal caso, las redes neurales en desarrollo, que están altamente influenciadas por las hormonas, el medio ambiente, y el ejercicio físico harían que el cerebro adolescente en desarrollo sea muy vulnerable a los efectos del THC.
La corteza prefrontal es especialmente susceptible a tales cambios, lo que explicaría algunos de los síntomas asociados al consumo crónico de cannabis. Uno de los más llamativos es el deterioro de la cognición, incluida la memoria de trabajo, el enfoque de la atención, el procesamiento de la información, así como el juicio y la toma de decisiones.
Adicionalmente, estarían perjudicados el funcionamiento académico, los niveles socioeconómicos futuros, el deterioro de la cognición y las funciones ejecutivas, así como el rendimiento escolar.
Algunos adolescentes desarrollan psicosis aguda por fumar cannabis, que a menudo se repite si vuelven a consumir cannabis después de remitir el primer episodio psicótico. El consumo de cannabis aumenta el riesgo de desarrollar una futura esquizofrenia, promociona el riesgo de depresión, favorece los intentos de suicidio, y genera ansiedad y trastornos gastrointestinales.
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) comórbido, la ansiedad, la depresión, y la ideación suicida se tornan más graves en aquellos adolescentes que consumen cannabis de forma regular. Además, el cannabis interfiere en la capacidad de discernimiento y criterio en términos de reconocer las propias deficiencias.
Muchos adolescentes participan en tratamientos psicoterapéuticos, psicosociales, y farmacológicos, pero la mayoría se resisten a dejar de consumir THC. La adolescencia es una época en la que el Yo desarrolla estrategias para afrontar la ansiedad, la pérdida, y la decepción.
Al utilizar THC para hacer frente a estos desafíos el Yo es incapaz de desarrollar tales estrategias contribuyendo a que se conviertan en jóvenes adultos inmaduros, narcisistas impenitentes, así como personas muy poco empáticas.
Está demostrado que se produce una atenuación significativa en los incrementos del consumo de cannabis mediante la implementación de ejercicios físicos regulares. Tales ejercicios, en virtud de sus efectos fisiológicos, son capaces de modular y/o descontinuar el aumento de consumo de cannabis en niños y adolescentes.
Tales hechos lo convierten en un componente terapéutico sumamente util en cualquier programa general antidroga de prevención primaria.
El ejercicio físico también mejora los síntomas de abstinencia, disminuye el deseo (craving), y reduce el riesgo de recaída, resultando ser una herramienta muy útil pero frecuentemente infrautilizada en el tratamiento de la adicción y la recuperación de aquellos niños y adolescentes que abusan del cannabis.
Guillermo A. Laich de Koller
Doctor en Medicina y Cirugía