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Sección: Laboratorio de entrenamiento

Calor pasivo: una herramienta con múltiples beneficios

El calor pasivo ha sido una herramienta utilizada durante muchos años por deportistas o aficionados a la salud, que en muchas ocasiones ha tenido bastantes detractores entre los profesionales del fitness, en muchas ocasiones en base a determinados miedos sobre la posibilidad de deshidratarse de manera grave, o su utilidad real en el acondicionamiento físico.

Actualmente, podemos acceder al calor pasivo de manera global mediante saunas, cámaras a altas temperaturas o baños calientes, y también tenemos recursos de calor localizado mediante prendas específicas o el uso de diatermia (McGorm et al, 2018).

Calor pasivo en la mejora de la salud.

En uno de los estudios más completos hasta la fecha sobre la utilidad de las saunas en la prevención de accidentes cardiovasculares, se realizó un seguimiento a más de 1600 personas durante 15 años (Laukkanen et al., 2018).

Se llegó a la conclusión de que existe una relación inversamente proporcional entre los infartos y enfermedades cardiovasculares graves, y el uso semanal de la sauna, habiendo tenido en cuenta ya otros factores como la presión arterial, el tabaquismo, edad, IMC o colesterol.

Cuando más se reduce dicho riesgo, es a partir de 4 sesiones semanales, o al menos 45 minutos totales a la semana.

Calor pasivo en el rendimiento deportivo.

Todos tenemos la imagen del clásico deportista de combate, forrado de trajes que incrementan la sudoración, o tratando de dar el peso previamente a un combate metido en una sauna y haciendo ejercicio. Hubo una época en que nos llevábamos las manos a la cabeza al ver tales prácticas, y repetíamos ese axioma de que “luego te tomas un vaso de agua y recuperas el peso”.

Pues bien, no se trata ya del peso en sí mismo, si no de las potenciales adaptaciones cardiometabólicas que nos aporta, sobre todo en deportistas de resistencia (aunque no exclusivamente a ellos) (Heathcote et al., 2018).

Como ejemplo, el uso de 6 días continuados de clases de hot yoga en un grupo de jugadores de hockey hierba que iba a acudir a los Juegos Olímpicos (Perrotta et al., 2018). En sesiones de 60 minutos (30 minutos de movimientos dinámicos, y 30 minutos de stretching), se produjeron adaptaciones positivas a nivel de velocidad a umbral ventilatorio o tiempo que eran capaces de sostener una determinada intensidad. 

Calor pasivo en el deportista lesionado.

El calor pasivo ha demostrado tener efectos a nivel de disminución de las pérdidas de potencia y fuerza muscular, incremento del rango de movimiento, una disminución de la inflamación y el dolor asociado al entrenamiento, y un incremento del contenido de proteínas musculares (McGorm et al., 2018).

Estas adaptaciones pasivas, van a facilitar que en del deportista lesionado, podamos utilizar el calor pasivo durante tres fases clave (Ihsan et al., 2019):

  • En períodos de inmovilización por lesión, utilizando calor localizado (al menos 30 minutos, pero ideal 60-120 minutos), para minimizar la pérdida de capacidad contráctil y masa muscular.

  • Cuando no se puede entrenar, el uso de saunas (30-60 minutos, al menos 5-7 sesiones) permiten disminuir el desacondicionamiento cardiovascular.

  • Finalmente, puede que al tener una zona lesionada, no se pueda ir a una velocidad determinada, o generar movimientos con la potencia requerida. En estos casos, el calor localizado o las habitaciones con presión térmica, pueden hacer que con mucha menos carga mecánica, se produzcan adaptaciones de entrenamiento.

Iván Gonzalo Martínez

Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Creador y CEO de Elements System™, Indoor Triathlon™ y Heracles™.

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